Pensamientos espontáneos.

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martes, 6 de septiembre de 2011

Ven, pequeña Alex.

Ella se sentó en el sofá, donde le indiqué. Miró con ojos golosos el cuenco que le tendía. Helado de turrón. Mi favorito y el único del que siempre disponía en mi congelador. Yo daba sorbos pausados a mi té de vainilla y caramelo. Su favorito y el único que siempre tenía listo para ella, la madre de la pequeña qe ahora se encontraba frente a mí, sentada saboreando satisfecha el dulce.
-Tía, ¿cómo era mamá de joven?
Aquella pregunta que llevaba rondando en su cabeza mucho tiempo por fín salió de sus labios. Sus ojos curiosos y grandes del mismo color que los de su preciosa madre me instaban impacientes a contar mi, bueno, nuestra, historia.
-Mi pequeña Alex... tu madre era como un rayo de sol viviente. No tenía vergüenza de ninguna clase, era totalmente espontánea...
-¿Espontánea? ¿Qué significa? ¿que explota?
No puedo evitar una sonrisa y una mirada perdida hacia la personita que tanto me recordaba a mi princesa con aquellas preguntas curiosas pero jocosamente absurdas.
-Espontánea, auténtica, que se desenvuelve según el momento improvisando genialidades como por arte de magia. Tu madre me trajo más de  un ataque de risa cuando éramos pequeñas.
-¡Mientes! Os seguís riéndo mucho. Papá y el tío dicen que sois iguales todavía a cuando érais niñas.
Mi sonrisa se transformó en una carcajada amplia.
-Cierto es. Y es algo que siempre he amado, amo y siempre amaré de ella. Éso como tantas otras cosas. Ella conseguía sacar mi parte más absurda, mi sinceridad completa. No, ella no es mi amiga. No es mi hermana. Ella es una parte de mí misma. En cuanto crezcas quizá sientas tú lo mismo por tu primita, éso esperamos. Porque es maravilloso. Ella me hacía salir cuando no me apetecía y, aunque te parezca una locura, tu madre y tu tía salían con peluca a la calle. Cantaban, silbaban, reían y contaban chistes a la vez a quienes preguntasen... y a quienes no también. Oh... es algo que poca gente entendería en su plenitud. Tu mamá sabe qué pienso y cómo lo pienso. Entra en mi cabeza y lo desordena todo con tan sólo mirarme, porque ya sabe qué ronda en mis pensamientos.
- ¿Mamá lee la mente? ¡Qué guay! ¿Yo también seré una superheroína como ella?
Entre risas y a duras penas seguía mi monólogo mientras aquella imagen viviente de mi pelirroja favorita seguía escrutándome con sus ojitos y su boca llena de helado.
-Tu madre es una superheroína. Pero para éso no necesita super poderes. Es brillante por sí misma. Y ojalá seas tú como ella. Aprende mucho, porque es divina. Haz caso a tu mamá porque hay pocas como ella. Pero no, no lee la mente. Pero lleva tanto tiempo invitándome en silencio a pensar en voz alta que conoce mi mente casi mejor que yo. Tanto tiempo... ya sabes que la conocí un 22 de Junio de hace ya unos años. Yo no me acuerdo, ¿sabías?
-¡Claro que no te acuerdas! Fue el día en que ella nació y tú tenías sólo un año y medio. Lo sé, me lo habéis contado ¡mil veces, tía! ¿Y jugábais como yo?
-Cuando teníamos tu edad jugábamos con mis muñecas o con las suyas si estábamos en alguna casa. Si estábamos fuera jugábamos con lo que fuese, aunque ella siempre ha llevado genialidades encima. Cualquier cosa, pero siempre algo que nos daba diversión. Todavía lo sigue haciendo, ¿o esque tú nunca has jugado con las tonterías que lleva en sus bolsillos de la chaqueta?
-Es verdad, mamá siempre tiene cosas divertidas para mí.
-Tu madre siempre ha sido perfecta en su ser. No hay otra como ella, aunque alguna vez te regañe, créeme que tiene un corazón más grande que todo este mundo. Siempre ha estado conmigo. Alegrándome con sus canciones, cuando cantábamos a los Beatles que tú ya conoces gracias, cómo no, a ella, bailando absurdamente entre la gente conmigo, contándome sus historias, leyéndome sus escritos, tirando de mi mano por la vida. Más que crecer, ha evolucionado a versiones, si era posible, aún mejores. Y con cada versión, iba ahondando más y más en mí. Si ahora me quitaran a tu mamá... me volvería loca de remate en caso de que siguiese viva, Alex, Alex... es tan...
En ese momento entró mi gatito, mi Ringo. Se sentó agitando su rabo y con un maulllido anunció que había oído la puerta. Éso significaba el final de nuestra conversación. La pausa, porque Alex sabía que siempre que nos quedábamos a solas yo le hablaba de mi princesita. De su mamá. De esa chica que me saca todas mis sonrisas estando siempre a mi lado. De esa chica que en ese preciso instante entraba por la puerta de mi casa con su llave que sí, poseía. Aquella chica a la que amo con locura. Irene Barredo.
-Ven, pequeña Alex, vamos a saludar a mamá.